Para las personas que han nacido y crecido en libertad, ser libre es algo totalmente natural, tan natural que la libertad se considera indisolublemente unida a la naturaleza humana. Y ciertamente Dios creó a cada uno de sus hijos como seres únicos e irrepetibles, a su imagen y semejanza, dueños de todos los derechos, y genéticamente libres. Sin embargo, para nosotros los cubanos, sometidos durante medio siglo a un régimen totalitario y conculcador consuetudinario de libertades y derechos elementales, la libertad constituye un sueño largamente anhelado, en pos del cual hemos librado una lucha difícil, y no pocos han ofrendado hasta sus vidas. Es por eso que he querido referirme a este tema, de extraordinaria trascendencia para la humanidad pensante.
La verdadera libertad, la libertad bien entendida no es hacer siempre lo que se desea. Libertad es hacer aquello que nos multiplique el alma. Libertad es cultivar nuestros talentos. Libertad es hacer lo que nos permita crecer en espiritualidad y en valores, lo que equivale a crecer integralmente como hombres y mujeres. Somos verdaderamente libres cuando vivimos en el amor, por el amor y para el amor. Somos realmente libres cuando respetamos nuestra dignidad y la de nuestros congéneres. Somos absolutamente libres cuando empleamos la libertad en edificar familias felices, en amar apasionadamente el trabajo que desarrollamos, en tender puentes y derribar barreras, en difundir la Paz de Cristo, en mejorar el micromundo en que nos desenvolvemos, y en cumplir correctamente la misión que nos corresponde en este universo convulso. Somos verdaderamente libres cuando defendemos nuestra libertad y al unísono respetamos la libertad ajena.
La libertad es algo demasiado grande para que no la busquemos afanosamente si carecemos de ella, o para que la malgastemos si logramos tenerla. El hombre contemporáneo se cree libre, porque no ha sido capaz de percibir los yugos que lo someten y lo subhumanizan. El hombre de esta época se cree libre porque ni siquiera comprende que sigue atándose sin cesar a un número demencialmente creciente de esclavitudes.
Yo que vengo de una tierra en tinieblas; yo que viví tantos años huérfana de libertades, les hago un humilde llamado de alerta nacido en los más profundo de mi corazón. Defiendan su libertad, esa que Dios les concedió al nacer y que nadie puede ni otorgarles ni quitarles. No esclavicen sus vidas a esos falsos y devastadores dioses tan vigentes en este siglo XXI. No se conviertan en esclavos de sus propios miedos. No encadenen sus existencias a la incultura, a los vicios, a las ansias descomunales de dinero y riquezas, a la frivolidad y al consumismo desenfrenado, al afán delirante de poder, al egoísmo, a la violencia, al odio. No confundan el amor con el sometimiento psicológico y espiritual. No identifiquen a la Patria con personajes demagógicos y populistas. No entreguen sus almas y sus conciencias a esos líderes que desafortunadamente emergen cíclicamente en el planeta, y que cual elegidos e iluminados, usurpan las facultades divinas, se erigen en dueños absolutos del presente y del futuro de sus compatriotas, y los engañan con falsas promesas que jamás se concretan en realidades.
Edifiquen sus vidas en un contexto de virtud y amor sobre los invencibles pilares de la libertad. Finalizo con las extraordinarias palabras del sacerdote y periodista José Luis Martín descalzo, verdadero catecismo que todos debemos tener presentes: "Un hombre realmente libre en su interior convierte en libertad todo lo que hace. Se pueden aplastar las libertades externas, pero nadie es capaz de encadenar un alma decidida a ser libre".
¡Bendito sea Dios!
No se conviertan en esclavos de sus propios miedos